© David de Flores Serie El Mar y el Infinito

Más allá de lo que ves, hay algo que me punza. No sé exactamente lo que es, pero me acompaña al sitio exacto donde dejo caer los brazos rendido y me dejo ir.

Tampoco sé dónde iré, pero no me resisto y me abandono.

Más allá de lo que pienso, poco o nada tiene sentido. Busco una razón para concretar, definir, enumerar lo que me propongo y, siendo sincero conmigo mismo, eso que pienso le importa más bien poco al mundo.

Prácticamente, cada vez nos importamos menos los unos a los otros.

Más allá de lo que hablo, las palabras están huecas y vacías porque no producen, no venden, no amenazan. Lo que digo es tan ligero como el silencio que se cuela en tus adentros, pero no permanece porque nadie lo escucha.

Porque mis palabras no hacen ruido. 

Y aún así, hay un resquemor, un escozor, una grieta en mi piel por donde fluye el ácido que me corroe y me consume si no lo hago. Quiero volver a ese lugar que no sé explicar si no es con un soplo de brisa o el rugir de un mar a dos bandas.

Porque es lo único dentro de mí que conforma mi ser.

Mi luz, la que percibo y que no puedo contar con palabras para que la razón codifique o analice, es una luz que no entiende de códigos, sino de la memoria que habita en la piel.

O en la sombra de un recuerdo.

Quiero llevarte a ese lugar y no se me ocurre mejor forma que mirarte y abrirte las puertas de mi mundo, a una luz que tu bien conoces si te dejas llevar.

Muy cerca de ti.

Dentro de ti.

El Mar y el Infinito, hasta el 30 de junio en la sala Domus del Pórtico en Cartagena.

Amor, humor y respeto


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