Quien no se enfrenta cada día o alguna vez en su vida ante el abismo creador no sabe cuantas piedras, baches, murallas, fronteras y caminos sin salida ha tenido que sortear.

No hay un camino directo, sino más bien un sendero estrecho y pedregoso que suele perderse entre la maleza y cuando, por fin, pillas una pista o carretera que parece que puede llevarte a alguna parte, te encuentras en un túnel, atrapado, colapsado, atascado, sin poder salir, porque solo hay una salida posible, dejarte llevar.


Si me preguntan cuál es la cualidad de este tiempo que nos ha tocado vivir a los que tenemos ya más de cuarenta, creo que puedo arrojarme sin miedo al fuego y proclamar que es la precariedad la que llama a las puertas de nuestros destinos.

Contra esa pandemia que nos acecha y persigue cada día, nuestro entusiasmo como bien dice Remedios Zafra, solo puede salvarnos de esa hoguera si es sincero, pero que nos inmolará si tratamos de fingir y ocultar nuestra rabia por mendigar algo mejor que nunca llega, algo que directamente nos lleva a la ruina.

Una ruina que sostenemos sobre las espaldas y corazones, arrastrando con cariño a la generación que nos dio luz pero que, difícilmente, podremos devolver sino como una deuda contraída a los que nos sucederán que, con suerte, recogerán nuestros escombros esparcidos.

Una ruina si lo miras con la perspectiva de la cuenta corriente y de las liquidaciones a hacienda de un autónomo libre que quiere ser totalmente independiente.

Una ruina que no se merece el sacrificio y el amor con que entregas el aliento que inspira lo que haces y lo que creas.

Hace tiempo que los pobres eran los que no tenían para comer ni dónde trabajar. Ahora, los pobres tienen trabajo y cuanto más trabajan, más pobres se vuelven.

No entiendo en qué momento de la ecuación despejamos la incógnita de decidir lo que queríamos hacer por nada o por muy poco.

No entiendo cómo aceptamos con resignación que esto es lo normal y que no hay de qué quejarse, dando por hecho que todo puede ir a peor y que siempre hay alguien menos afortunado que tú.

Y no es que quiera ser frívola, yo solo quiero ser (y lo soy) artista autónoma con todo el derecho y dignidad para vivir de lo que hago sin tener que pedir limosnas y otras subvenciones por ello.

Y es que son tan necesarias propuestas que nos lleven más allá de lo que vemos y consumimos, que nos hagan replantearnos el suelo que pisamos y la forma en que lo hacemos, planteando preguntas y desafíos que nos saquen de nuestras rutinas o simplemente que nos ayuden a soñar.

Necesitamos acciones que abran nuestras formas de habitar el espacio, de crear comunidad, de darle sentido a nuestras vidas y de abrir nuestras mentes para que empecemos a valorar, desde el estrato cero, sobre todo desde lo más bajo, que es el lugar donde emerge la creación y la autenticidad.

Y así quise contárselo al ministro de cultura, en el breve lapso de tiempo que tuve mientras le mostraba mi Mundo Oculto en photoespaña. Le hablé de lo que busco cuando miro al mar, que es la belleza y también le hablé de lo importante que es educar en la cultura y en el respeto. Y no sé si pude llegar a decirle que se olvidarán de los grandes nombres de la cultura y que empezarán a trabajar desde abajo, por los cimientos, por la base.

Sobre todo, porque el ARTE con mayúsculas no es el que se expone en un museo. El arte grande es el que alimenta los corazones, aviva las pasiones y hace dudar de lo evidente a la gente como tu y yo, de carne y hueso, con las mismas preocupaciones que nosotros.

Ese arte se puede y se debe hacer en las escuelas, en cada casa y en cada barrio, porque nos ayuda a ser mejores, a librarnos de la maldita rueda que nos convierte en ratones, a empoderarnos y a mirar con otros ojos lo que vemos cada día.

Puede que así, de esta manera, el mundo se convierta de una vez en aquello que cada uno de nosotros ha soñado.

Amor, humor y respeto


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