Una lección de Tiempo

Esta mañana cuando salía en coche hacía Murcia, he visto dos coches parados en la entrada del pueblo, al margen de la carretera. Eran varias personas mayores, parejitas de abuelos, que se habían salido de la autovia para almorzar. He visto como empezaban a sacar los bocadillos y unas sillas de camping para descansar bajo una arboleda. Al verlos me ha venido repentinamente a la cabeza la imagen de mi abuelo.

Mi abuelo viajaba todas las semanas a Murcia desde Hellin. El trayecto son solo 90 km que en autovía puedes hacer tranquilamente en 45 minutos. Algo que no es mucho ni poco. Pero que mi abuelo hacía regularmente todas las semanas, una vez por semana.

El caso es que ese trayecto que ahora hacemos del tirón en 45 minutos más o menos, mi abuelo, cuando viajaba en su coche, tardaba casi 2 horas e incluso más. Y tardaba tanto, porque a mitad de camino tenía la costumbre de parar en alguna venta a tomar algo, un almuerzo o una merienda.

El caso es que también me he acordado de cuando éramos pequeños y hacíamos el trayecto en el coche con mis padres, un citroën GSX. Íbamos algo más rápidos que mi abuelo pero también teníamos la costumbre de parar a merendar en el Mesón del Moro, con lo que un simple trayecto de poco más de 1 hora se convertía en un pequeño viaje de fin de semana.

Mi cabeza ha seguido tirando del hilo y he recordado cuando también mis abuelos nos contaban que cuando ellos eran niños, hace ahora más de 80 años, tardaban todo un día en llegar a Murcia porque viajaban en carreta. Parece algo que hoy no nos cabe en la cabeza, pero tampoco hace tanto de eso.

Y el caso es, que al ver a los abuelos parando sus coches bajo unos árboles junto a la carretera para tomarse el bocadillo de la mañana me ha sido inevitable pensar en nuestra noción del tiempo.

Parece que, hoy día, solo consideramos al tiempo como un enemigo. Como si de una araña se tratará que espera al acecho un momento de debilidad para atacarnos e inmovilizarnos con su hilos de seda. Creo que así nos han enseñado a tenerlo presente y así hemos aprendido a enredarnos nosotros solitos.

De esta manera, el valor del tiempo que asumimos de una manera fundamentalmente occidental es aquel de que el tiempo corre en contra nuestra y cuánto más corra yo que él, mejor. Así, no nos asusta planificar unas vacaciones express en las que hay que verlo todo, hay que visitarlo todo y hay que estar en todos los sitios. Como si lo importante de un viaje fuera la cantidad.

Y no es de extrañar que haya retos y proezas personales como la del campeón del mundo de tenis de mesa más joven de la historia, el idiota que se ha comido más hot dogs en menos tiempo o el listo que se tira más horas sin dormir.

Y así creo que nos pasa con todas las facetas de la vida. Las rutinarias y las no tan rutinarias. Vivimos presa del pánico microtemporal y de eso no se escapa nadie. Ni siquiera los fotógrafos, aunque algunos piensen que estamos todo el día de viajes exóticos a lo National Geographic y de alterne con estrellas de cine. 

Y lo que más cuesta aceptar es la lección del tiempo. Lo reconozco, me está costando más de una crisis personal y ya llevo varias en rueda. La lección del tiempo que nos dieron nuestros abuelos que, crecieron sin saber twittear, sin escribir un post y sin tener un puñetero amigo en facebook, es que el tiempo está para saborearlo, no para exprimirlo. El tiempo hay que aprovecharlo pero no maltratarlo. El tiempo es consecuente a nuestro modo de ser y estar y eso tiene que trascender a nuestro trabajo. El tiempo es una variable que no podemos obviar y mucho menos cuantificar de manera desdeñosa y como un límite impuesto a priori. El tiempo, de por si solo, marca cualquier pulso creativo. Tanto para lo bueno como para lo malo, es la única variable que siempre nos pondrá en su sitio. Lo queramos o no, el tiempo nos acompaña en el viaje. Es la única certeza que llevamos en la maleta. Más nos vale tenerlo siempre presente, pero como si de un buen compañero de viaje se tratara. Como aquel que siempre sabe estar.

Y eso, en fotografía, como en cualquiera de las artes, se aprecia como el que reconoce buena música sin entenderla. Hay muy buenos fotógrafos que hacen un trabajo excelente en un par de semanas trabajando en un reportaje. Y hay fotógrafos que viven sus proyectos con el tiempo y lo trascienden.

A veces son diferencias sutiles. Pero otras no.

Como no es lo mismo conducir del tirón que parar a descansar bajo los árboles.

Salud, ánimo y cariño.

(…)

Sander Chica+en+Recinto+Ferial+de+Caravan%2C+1926-1932
© August Sander

 

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